No soy mi cuerpo, no soy mi mente


Una noche cualquiera, mientras veía el celular y dejaba mis neuronas en piloto automático, me topé con un video que me llamó la atención y me sacó de ese estado de sopor. Un yogui, Sadhguru, instruía sobre unos pasos a ejecutar para irse a dormir, lo cual me venía genial, ya que tenía sueño. Haciendo pebre su argumento, recuerdo que mencionó que repetir cierto mantra mientras uno intentaba dormirse, le permitía a uno dormirse “consciente” y así lograr un mucho mejor descanso. Sin entrar en el debate del fondo de lo que decía, lo que me llamó la atención fue el mantra que indicó: “No soy mi cuerpo, no soy mi mente”.

“No soy mi cuerpo”, OK, ya me había cabeceado en otras ocasiones sobre aquello y en un alto grado, concuerdo con ello, pero ¿”no soy mi mente”?. Me fuí a la B. 

Al dormirme, decidí aplicar el mantra y ver que pasaba, sin embargo ya era un tema filosófico personal más que una técnica yogui.
El cuerpo es un medio, un vehículo que nos acarrea en este plano existencial, por lo que si bien es parte intrínseca de nosotros, no es la más importante. En algún momento seguí el siguiente tren de pensamiento: Si me corto la mano, sigo siendo YO. Si pierdo mis piernas, sigo siendo YO. Si pierdo mi corazón, y lo reemplazo con un corazón artificial, siguen siendo YO. Diferentes culturas ubican nuestra alma en el estómago o en el pecho, por lo que el corazón ya es una zona existencialmente sensible. Si pierdo mi lóbulo frontal izquierdo, ya no me queda tan claro si sigo siendo YO. Si destruyo mi química interna, no me queda claro que siga siendo YO. Mi argumento en contra del cuerpo recae en que es una mera expresión, un terminal, del YO, el cual en realidad reside en mi mente.

Al pensar en el YO, pienso en aquello que está detrás de mis ojos, lo que siento en mi cabeza, el cerebro que acarrea las neuronas que hacen biológicamente posible la existencia de mi mente. Sin embargo, ciertamente mi cerebro no soy YO. Mi YO se siente más como el pensamiento efímero del momento, en los recuerdos que evoco, en el futuro que proyecto. Lo efímero es lo interesante a mi parecer, ya que es difícil negar la existencia del pensamiento instantáneo, pero ¿dónde reside?. Simplemente no me creo que el YO habite en mi cerebro, si no que lo ubico en un plano incorpóreo al estilo de creencia personal, en mi propia versión del ya conocido “pienso, luego existo”. Sin divagar mucho más en ello, yo felizmente le atribuyo el YO a la mente y luego viene este loco Sadhguru y me caga la onda. ¿dónde quedo YO entonces?

Luchando con la almohada repito mentalmente el mantra “No soy mi cuerpo, no soy mi mente”, aspirando afirmativamente el “no soy mi cuerpo” y espirando dubitativamente el “no soy mi mente”, evocando los argumentos antes planteados y algunos más, evaluando mis experiencias de vida, repasando todo el contenido que he absorbido en mi ultima década, dándole vueltas al asunto. Lo más cercano a “no soy mi mente” que he escuchado han sido las experiencias psicodélicas de algunos individuos, relatadas en documentales, donde ciertos “viajes” tienen una componente de “disolución del ego” y se vive una experiencia totalmente extravagante. Quizás el yogui se refería al Ego, de que somos materia cósmica y parte de una historia más grande que nosotros mismos. Sin entender y dándome varias vueltas más sin poder dormir, de repente ¡voilá!, llegué a mi respuesta.

Si no soy mi cuerpo, ni tampoco mi mente, entonces soy mis acciones.

Serían mis acciones las que me definen, acciones que tienen algún efecto en mí o en mi entorno. Si pienso, pero no actúo, la naturaleza efímera del pensamiento lleva al mismo a la nada. 

En el aspecto humano, son nuestras relaciones con los demás las que nos definen y, a su vez, pueden definirlos a ellos. Aquellos que tienen una vida sencilla o de poca relevancia, son olvidados. En cambio, aquellos grandes pensadores, aquellos que lograron grandes hitos o aquellos grandes influyentes en la historia, quienes generaron una palanca o inflexión en el quehacer humano, son por ello recordados. Mientras más importante la acción, mayor la huella y más fuerte la impresión que dejamos de nosotros. 

No es necesario cambiar el mundo para validar nuestra existencia, si no que cabe reconocer el alcance que logramos tener. El peso o relevancia de nuestras acciones va en relación a la escala del entorno que elegimos observar, ya que mientras nuestras acciones para con nuestros seres queridos pueden tener bastante importancia, a medida que aumentamos el grupo humano, a nuestros amigos, al barrio, a la ciudad, al país o al mundo entero, van perdiendo relevancia relativa. Las pequeñas acciones del día a día pueden influir fuertemente en nuestro entorno cercano.

He indicado que son nuestras acciones las que nos definen, pero he dicho lo mismo acerca de nuestras relaciones con los demás, sin embargo creo que bajo mi línea de pensamiento estos términos son intercambiables. Recordando a Newton, cada acción tiene una reacción, por lo que se crea una relación entre las partes que interactúan entre sí. Es entonces nuestra relación con el entorno la que nos moldea y son nuestras acciones las que nos permiten evolucionar, siendo la sumatoria de todas nuestras acciones las que generan al YO. 

Podemos existir sin un cuerpo o mente ‘materiales’, ya que son las impresiones y marcas que dejamos en el entorno las que definen, en parte, nuestro paso por este plano existencial.

Bajo esta lógica, no podemos existir sin nuestro entorno, sin la “reacción”. El YO, o nuestro ego, existiría dentro en un sistema compuesto de varios actores, por lo que el concepto individual del ego pierde fuerza y sólo se puede entender como parte de un todo. Por supuesto que poseemos individualidad y que en ciertos aspectos somos únicos, pero lo que quiero decir es que esto solamente es posible cuando nos podemos comparar con el resto, ya que sin el resto o el entorno, esa individualidad carece de sentido.

De manera más práctica y menos existencial, pensar en el YO como nuestras acciones tiene aplicaciones más directas con la vida diaria.

Es conveniente a la hora de autoevaluarse, ya que ideas y sueños no son nada si uno no hace la pega y trabaja duro para concretarlos. El potencial de alguien vale hongo si es que jamás es perseguido, alcanzado o explotado.

Permite evaluar en su justa medida a aquellos individuos de doble estándar, que son de la boca para afuera o que dicen merecer algo mejor que lo que tienen. El peso de tu existencia recae en lo que haces, no en lo que dices.

Neutraliza el autoengaño psicológico en el que caemos todos al mentirnos y justificar nuestras acciones, o carencia de ellas, con alguna narrativa reconfortante. Son tus acciones y tus relaciones las que te definen, no tu mundo imaginario, embelesado por tu propia ceguera autoinflingida.

Para aquellos que alguna vez nos hemos sentido estancados, permite centrarnos en el qué podemos hacer por nosotros mismos y no quedarnos esperando lo que los demás pueden hacer por nosotros. Si nos encontramos en un río, nos llevará la corriente, pero si nadamos, podemos influir en nuestro destino final. Cada brazada cuenta, la suma de todas ellas definitivamente generará un cambio tarde o temprano, sin importar si podemos o no ver el cambio con cada una de ellas.

El pensar en nosotros mismos como nuestras acciones, le da un aspecto dinámico a la vida, en contraste a la definición fija de cuerpo o mente. Este dinamismo, creo, es un componente importantísimo para darle sabor a la vida, para concentrarte en lo que debes hacer para alcanzar tus metas, en lugar de dar las cosas por sentado y entregarte al destino.


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